Y sí, duele. Duele tanto que a veces nos quiebra en pedazos, pero si tan solo levantáramos un poco los ojos del suelo y abriéramos el corazón, veríamos que hay sufrimientos tan inmensos allá afuera, que el nuestro no es el único ni el más grande, aunque en nuestra alma lo sintamos así.
Hay dolores que no se ven, pero que sangran en silencio. Y quizás, solo quizás… esa pérdida, esa enfermedad, ese golpe inesperado no fue un castigo, sino una forma divina de recordarnos que estamos vivos, que el alma es eterna y que Dios aún camina con nosotros, aunque no lo entendamos.
A veces, lo que nos destroza es justo lo que nos salva. Tal vez esa herida fue la manera que Dios tuvo para despertarnos, para que dejáramos de correr detrás de lo superficial y nos encontráramos con lo eterno, con él.
Y aunque cueste aceptarlo, aunque sintamos que nos arrancaron el corazón del pecho, a veces esas pruebas son el lenguaje más puro con el que Dios habla…Un lenguaje de amor, de reconstrucción, de eternidad. Porque a través del dolor, Dios también hace milagros. Nos moldea. Nos transforma. Nos acerca. Y cuando ya no entendemos nada, ahí está Él…Sosteniéndonos en lo invisible.
Acariciando nuestras lágrimas. Susurrándonos: ‘Hija mía, no te he dejado… estoy haciendo algo nuevo en ti.’” “¿Alguna vez sentiste que tu dolor fue una manera en que Dios te habló?”
#miatusonrisasiempre��
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